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Libro en el que está recogida esta historia y su autor José Cuenca Anaya

EL ABAD DE BURUNCHEL

 

     Esta historia está recogida en el libro "La Sierra Caliente"del diplomático y escritor José Cuenca Anaya. Es una de las leyendas más antiguas de la comarca perteneciendo a una nutrida familia de narraciones. En la versión más extendida, redactada a finales del siglo XVI, dice así:

     "Existía en Burunchel, pueblo pegado al carasol en los primeros repechos de Cazorla, un párroco de nombre don Fulgencio, con aureola de muy leído, a quien sus fieles admiraban. Orondo y de buen diente, hizo correr su reputación de docto por la comarca, sin que nadie osara poner en entredicho
los méritos de que tanto alardeaba. En su mismo caserío vivía un pastor llamado Marcos, que careaba unas ovejas desde Nava Honda al Cerro del Mosco, en las bajeras del Puerto de las Palomas. Marcos tenía un gran parecido con el párroco pero le aventajaba en sutiliza y buen juicio.
En otoño, por la temporada de caza, el rey vino a los cotos de Cazorla a concertar los buenos venados del alto Guadalquivir. Un buen día llegó a oídos del monarca la fama de aquel sesudo dómine, a quien hizo conducir a su real presencia. Tras los iniciales escarceos,
no tardó mucho en convencerse de que el buen hombre de Dios no era sino un gárrulo pedante, excesivo de verbo y duro de mollera, que había propagado la imagen de sapiente para mejor medrar a costa de sus sencillos feligreses. Así que decidió darle un escarmiento por haber tenido bajo engaño a sus súbditos de Burunchel, no sin antes brindarle la oportunidad de que probase su presencia ciencia.
     *Conozco las prendas que le adornan, y voy a plantearle tres dudas que nadie me ha sabido responder. Son estas: ¿cuánto valgo yo?, ¿qué tiempo tardaría en dar una vuelta completa alrededor de la Tierra? Y, finalmente, ¿en qué piensa que me puedo estar equivocando?
     *Si contesta con acierto, le voy a nombrar arzobispo de Sevilla. Pero si no encuentra las respuestas, será expuesto a pública vergüenza, y mandaré que un alguacil pregone por las calles de Burunchel su torpeza y villanía.

Tras esta admonición, hizo despedir al reverendo, a quien dio un mes para presentarse en Madrid con la solución a sus cuestiones. De no hacerlo así, la Santa Hermandad se haría cargo del asunto.
De regreso a la parroquia, don Fulgencio consultó sus inquietudes con los notables del entorno, pero nadie le pudo socorrer. Concluida la semana vio pasar al bueno de Marcos al que también le solicitó ayuda el cual se comprometió en reflexionar el asunto. Pasaron los días y el cura adelgazaba a ojos vistas, mientras Marcos, halagado por la confianza en él depositada por persona tan juiciosa
y principal, ganaba ostensiblemente peso. Por fin, cuando el párroco daba por perdida la contienda, el pastor vino a verle y le expuso un plan y varias condiciones que fueron aceptadas.
Al mes justo, nuestro hombre apareció a las puertas de palacio pidiendo compadecer ante su majestad. Así pues el subdito contestó a las tres preguntas:
     *
Vuestra majestad vale veintinueve monedas. Treinta fueron las que se pagaron por Nuestro Señor Jesucristo, y nadie puede pretender igualarse a Él.
     *Usted tardaría veinticuatro horas en dar una vuelta a la Tierra. A condición de hacer el viaje montado sobre el Sol, que recorre ese camino cada día.
     *En cuanto a la tercera, vuestra majestad se está equivocando en que piensa que soy el párroco de Burunchel, pero soy Marcos el pastor.

El monarca celebró la donosura de Marcos y puso en marcha las provisiones necesarias para el cumplimiento de su promesa, con estas palabras: "Ahora sí estoy seguro de que a la Sede de Sevilla  voy a enviar un buen pastor".